En el Día Mundial de la Leche Vegetal, reflexionemos sobre el hecho que los productos lácteos provienen de una industria aborrecible, que abusa sistemáticamente de madres y crías durante años, para luego enviarlas al matadero, ya sea siendo terneros, o seis años después, como vacas lecheras ya “gastadas”, en palabras de la propia industria.
El 22 de agosto es el Día Mundial de la Leche Vegetal, una jornada internacional que celebra las numerosas alternativas veganas a la leche de vaca. El ascenso del veganismo ha provocado un auge tanto en la variedad como en la disponibilidad de las leches vegetales.
Desde nuestra infancia, la mayoría hemos visto publicidad que muestra a granjeros atentos que ordeñan con cariño a sus vacas, casi siempre teniendo como telón de fondo idílicos paisajes bucólicos. El propósito: hacernos suponer que la leche es producida para el consumo humano de forma natural, que es saludable, y que ordeñar a las vacas es casi un acto de amabilidad, claro, al aliviarlas del peso que cargan en sus ubres hinchadas. Sin embargo, lo que nos han contado sobre los lácteos es una mentira, una táctica mercadotécnica, un engaño deliberado.
La mayoría de la gente se cree los embustes que le cuentan sobre la industria láctea. Una industria tan grande, omnipresente, que genera empleos, frecuentemente subsidiada por el Estado no puede ser mala, ¿verdad?
Lo que la mayoría de la gente no sabe es que la producción de leche es un proceso cruel e inhumano por diseño.
Como todo mamífero, las vacas no dan leche sin tener terneros. Para que una vaca produzca leche, antes debe haberse producido un embarazo y parto. La vaca tampoco produce leche sin tener un estímulo, que por naturaleza habría sido la visualización de su ternero o la succión mamaria de este. En la industria de la leche, esto no es posible, ya que esa leche está pensada para el consumo humano, por lo que se usan estímulos como el masaje mecánico de las ubres.
Como la producción de leche sólo se activa después de un parto y no suele durar más de 10 semanas, es necesario que la vaca para una vez al año, que comience a producir leche poco después de parir y que vuelva a quedarse preñada mientras aún produce leche. Por esto, los ciclos reproductivos de las vacas lecheras se solapan unos con otros, dejando apenas dos meses sin ordeñar (al final del embarazo), con un corto período de recuperación de las ubres antes del siguiente ciclo.
Entonces, la vaca da a luz, comienza el ordeño. A los 60 días vuelve a quedar preñada. Se ordeña leche 300 días más, aproximadamente. Se deja 50 días de recuperación de las ubres. Se insemina artificialmente a la vaca y a los 9 meses se produce otro parto.
Cuando nacen las crías, se les retira de sus madres a las pocas horas. Esto se hace para que las vacas puedan ser ordeñadas para obtener la máxima cantidad de leche posible para el consumo humano, y las crías puedan ser destinadas a la producción de carne de ternera. Los terneros suelen ser atados dentro de pequeños cubículos en los que prácticamente no pueden moverse. Debido a la falta de movimiento, su carne se mantiene pálida y tierna, ideal para los platos a base de ternera. Los terneros se mantienen solos durante aproximadamente dos meses y se les alimenta con un sustituto de la leche. Las terneras hembras acabarán sufriendo el mismo destino que sus madres, mientras que los machos tienen como destino el mercado de la carne. En el caso de Chile, algunos terneros, o “novillos”, no sólo sufren el trauma de ser apartados de sus madres después de nacer, sino también son explotados en el rodeo, un “deporte tradicional”.
Pero las vacas madre forman poderosos vínculos con sus bebés, al igual que los humanos. Ser separadas de sus crías es enormemente traumático, y a menudo llorarán y bramarán por ellas durante días después de la separación.
Las vacas utilizadas en la industria láctea han sido criadas selectivamente para que produzcan alrededor de 4,5 veces más leche de la que producirían de forma natural. Esto significa que a menudo sufren de mastitis, una dolorosa inflamación de la ubre.
Debido al entorno en el que se encuentran, y al hecho de que se ven obligadas a estar de pie sobre suelos de concreto durante largos periodos, las vacas suelen cojear. La cojera también se produce por la desnutrición, el corte inadecuado de sus pezuñas, las infecciones y la mala calidad de las instalaciones.
Los productos lácteos y el medio ambiente
Los productos lácteos son sumamente perjudiciales para el medio ambiente, al consumir muchos más recursos y contaminar más que las leches vegetales, desde todo parámetro de comparación. En términos de uso de la tierra, uso de agua dulce y emisiones de gases de efecto invernadero, los lácteos son, lejos, la leche más nociva que hay. Aparte de ello, el consumo de lácteos es nocivo para el ser humano.
Según la ONU, por cada litro de leche, los productos lácteos utilizan 8,95 m2 de tierra (la segunda en uso de espacio, la leche de avena, utiliza 0,76 m2). Un litro de leche también requiere 628,2 litros de agua dulce (la segunda más alta, la leche de almendras, requiere 371,46 litros). Ese mismo litro de lácteos también emite 3,15 kg de gases de efecto invernadero (en segundo lugar se sitúa la leche de arroz, que emite 1,18 kg).
El metano es un gas de efecto invernadero muy dañino. De hecho, los expertos predicen que es unas 80 veces más potente que el carbono cuando se libera a la atmósfera. Sin embargo, tiene una vida media mucho más corta, persistiendo alrededor de una década antes de degradarse en CO2. Esto significa que la reducción del metano podría dar a la humanidad más tiempo para abordar las emisiones de carbono. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), sostuvo recientemente que “reducir el metano es el elemento más potente que tenemos para frenar el cambio climático en los próximos 25 años y complementa los esfuerzos necesarios para reducir el dióxido de carbono”. Un informe de la ONU de 2021 afirmaba que los países deben realizar “reducciones fuertes, rápidas y sostenidas” del metano y que “reducir ese gas es la estrategia más importante y rápida para frenar el calentamiento global”.
Según la WWF, en el mundo hay 270 millones de vacas lecheras, y su número va en aumento a la par con una mayor demanda proveniente principalmente de China. En su sitio web, la entidad escribe: “Las vacas lecheras y su estiércol producen emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. La mala manipulación del estiércol y los fertilizantes puede degradar los recursos hídricos locales. Y la cría de ganado lechero y la producción de piensos no sostenibles pueden provocar la pérdida de zonas de importancia ecológica, como praderas, humedales y bosques”.
El matadero, fin del camino
Una vez que sus cuerpos se cansan y empiezan a producir menos leche, la industria láctea concluye que las vacas están “gastadas” y, por lo tanto, listas para el matadero. De forma natural, los bovinos pueden vivir unos 25 años, pero en la industria láctea las vacas suelen ser sacrificadas a los seis años.
Cuando llegan al matadero, son aturdidas con una pistola de perno cautivo que debería dejarlas inconscientes. Pero esto se hace a menudo de forma inadecuada; se obliga a los animales a entrar en la caja de aturdimiento, pero al entender lo que está por ocurrir muchas de ellas son invadidas por el terror, desesperándose e intentando escapar. Esto significa que puede ser difícil para los matarifes disparar el perno en el lugar correcto de la cabeza. Por ello, las vacas suelen estar vivas cuando son colgadas de las patas con el fin de degollarlas.
La industria láctea es cruel. Las vacas no merecen este abuso sistemático, con sus órganos reproductivos maltratados, con continuos ciclos de separación entre madres y crías. Con el matadero como destino final.
La industria láctea es un sector insostenible que somete a millones de animales a una vida de sufrimiento. Pero no tiene por qué ser así. Las numerosas opciones de leches vegetales son parte de la respuesta.
Y aunque la perspectiva ecológica, la sostenibilidad y los beneficios para la salud humana son evidentes y relevantes, elegir las leches vegetales y abandonar los lácteos es la única opción ética y compasiva con estos animales inocentes.
Héctor Pizarro
hector@sociedadvegana.com