Es tentador desentrañar la lógica de quienes se comparan con depredadores salvajes para justificar sus elecciones dietéticas.
Luego de sonreír al ver una caricatura que se burlaba de la analogía entre el consumo humano de carne y los instintos naturales de un león, tuve una reflexión. El dibujo, que mostraba a un hombre declarando su naturaleza carnívora, comparándose con un león, mientras tomaba un café con leche -un comportamiento poco característico del león con el que se compara-, me hizo reflexionar sobre las falacias que a veces utilizamos para justificar nuestras preferencias alimentarias.
Con el satírico dibujo como base, consideré los argumentos subyacentes que a menudo no se cuestionan en nuestro discurso sobre el consumo de carne. La comparación de nuestros hábitos alimentarios con los de un león es un paralelismo tentador, porque implica arroparnos con “la intención de la naturaleza”. Sin embargo, esta lógica es fundamentalmente errónea.
La naturaleza no se rige por los mismos marcos morales y éticos que guían a las sociedades humanas. Un león caza por necesidad, obligado por los instintos que rigen su supervivencia. No sopesa las implicaciones éticas de su dieta, simplemente come para vivir. En cambio, los humanos tenemos la capacidad única de reflexionar sobre nuestros actos y sus repercusiones. No nos regimos únicamente por la supervivencia, sino por la conciencia, la cultura y la elección.
La falsa equivalencia que se establece entre nosotros y los depredadores salvajes pasa por alto esta divergencia crítica. Nuestras elecciones alimentarias no se limitan al imperativo de la supervivencia. Tenemos el privilegio de acceder a una plétora de fuentes nutricionales, y este privilegio conlleva la responsabilidad de tomar decisiones informadas y éticas. La carne que consumimos se obtiene a menudo por medios muy distintos de la imagen de un depredador cazando en la naturaleza: está envuelta en las complejidades de la industrialización, el impacto ambiental y el bienestar animal.
Además, si tenemos en cuenta nuestra salud, la necesidad de carne en nuestra dieta no está tan clara como algunos argumentos nos quieren hacer creer. La ciencia de la nutrición ha demostrado que una dieta vegetal bien planificada puede contribuir a un estilo de vida sano y ofrecer todos los nutrientes necesarios a la mayoría de las personas.
Al reflexionar sobre la caricatura, me di cuenta de que no sólo se burlaba de un argumento superficial, sino que nos invitaba a profundizar en las consideraciones éticas que a menudo pasamos por alto. ¿Por qué nos aferramos a la analogía del depredador cuando estamos tan lejos de la vida de un león? ¿La imagen de la naturaleza en estado puro justifica las complejidades de las opciones dietéticas modernas?
El argumento incluso puede ser extendido a otras actividades naturales para los leones, como matar a las crías de las hembras para así poder aparearse con ellas. Pero claro, nadie cuerdo usaría esa realidad para justificar su propio comportamiento.
Caricaturas como la comentada sirven de catalizador para la introspección y el cuestionamiento de las narrativas convenientes, pero falsas, que tanto nos gusta construir. Me recordó que nuestras elecciones en la mesa van más allá de los instintos primarios de supervivencia. Son un reflejo de nuestros valores, nuestra comprensión de la nutrición y nuestro compromiso con el mundo que habitamos; en definitiva, de nuestra capacidad de sentir compasión por seres inocentes, y de ser consecuentes con tal compasión. Al final, no se trata de lo mucho que nos parezcamos al león, sino de alinear nuestras acciones con nuestro discurso ético.
En la dieta del león siempre hay una víctima: la presa. En la nutrición humana no tiene por qué ser así.
Héctor Pizarro, Sociedad Vegana