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Derechos animales

La tragedia de las piscifactorías de salmón en Noruega: Una historia de sufrimiento y codicia

En los prístinos fiordos de Noruega, una oscura realidad acecha bajo la superficie. La industria salmonera del país, la mayor del mundo, se asienta sobre una base de inmenso sufrimiento animal y destrucción ecológica.

En los prístinos fiordos de Noruega, una oscura realidad acecha bajo la superficie. La industria salmonera del país, la mayor del mundo, se asienta sobre una base de inmenso sufrimiento animal y destrucción ecológica.

Un reciente reportaje de la Corporación Noruega de Radiodifusión (NRK) arroja luz sobre esta sombría verdad a través de las historias de “Lisa”, un salmón, y “Laura”, un piojo del salmón.

Lisa representa a los millones de salmones confinados y obligados a nadar en círculos en las estrechas jaulas de las piscifactorías noruegas. Desde el momento en que es arrojada al mar, Lisa sufre una vida de miseria. Las condiciones de hacinamiento son un caldo de cultivo para enfermedades y parásitos, incluido el infame piojo del salmón.

Laura, el piojo del salmón (Lepeophtheirus salmonis), simboliza en el reportaje de NRK las desenfrenadas parasitosis que asolan las piscifactorías noruegas. Laura prospera en un entorno antinatural y densamente poblado que debilita la resistencia de sus hospedadores. Su presencia es consecuencia directa de los desequilibrios ecológicos fomentados por las prácticas de la industria acuícola.

Para combatir los piojos, los piscicultores someten a los salmones a un cruel procedimiento denominado “despiojamiento térmico”. Los peces son arrojados a agua calentada hasta los 28-34°C. Para una especie de agua fría, como el salmón, es un tormento inimaginable, parecido a ser hervido vivo. En su reportaje, NRK presenta una filmación de las desesperadas contorsiones de un salmón sometido al tratamiento. Muchos salmones mueren o sufren graves heridas durante el despiojamiento térmico. Los supervivientes quedan debilitados y vulnerables a las enfermedades.

La crueldad del despiojamiento térmico es innegable, al punto que en 2019, la Autoridad Noruega de Seguridad Alimentaria (Mattilsynet) anunció planes para eliminar gradualmente la práctica debido a preocupaciones sobre el bienestar animal. Sin embargo, en un sorprendente vuelco, la agencia cedió a la presión de la industria y abandonó la prohibición en 2021. Ahora incluso avala el escaldado del salmón como “viable”, priorizando el lucro sobre la prevención de la crueldad animal.

El sufrimiento infligido por el despiojamiento térmico se ve agravado por la ineptitud de los trabajadores. Los salmones estresados son bombeados bruscamente a los barcos de tratamiento, sufriendo a menudo más lesiones por colisiones o atascándose en las tuberías. En uno de los casos documentados por NRK, los trabajadores “olvidaron” llenar de agua las tuberías, con lo que los salmones fueron extraídos en seco. El mantenimiento deficiente de los equipos también provoca tratamientos chapuceros que prolongan la agonía de los peces.

Las escaldaduras no son el único tormento que sufren los salmones. Las enfermedades proliferan y provocan desde la ruptura del corazón hasta la putrefacción de la carne. Los piojos de mar mordisquean la piel de los peces, causándoles heridas en carne viva. En las jaulas superpobladas e inmundas, las infecciones se extienden como un reguero de pólvora. Los salmones que no son “sacrificados” rápidamente permanecen en la miseria, languideciendo a causa de llagas abiertas, deformidades y fallos orgánicos.

Sólo en la piscifactoría de Lisa perecieron más de 60.000 salmones en cuestión de meses, víctimas de virus, bacterias, hongos y parásitos. NRK entrevistó a una veterinaria que estudió anteriormente la industria y que ahora, presa del remordimiento, comenta: “Siento que he contribuido a que muchos salmones ahora sufran malos tratos. Ha sido muy duro pensar en ello. Aún me culpo por no haber sido lo suficientemente previsora”.

Sin embargo, movidos por la codicia, los piscicultores siguen atiborrando a más peces y manteniéndolos vivos a toda costa. Cada kilo extra significa un mayor lucro, sin tener en cuenta el precio de la agonía. Los salmones demasiado enfermos para terminar vivos el proceso de engorda son “sacrificados de urgencia”, un destino que a menudo se prolonga durante días debido a los procedimientos involucrados.

Esta es la desgarradora realidad que se esconde detrás de cada filete de salmón noruego de piscifactoría: una industria basada en el maltrato sistemático de animales a gran escala, todo ello para satisfacer una demanda sostenida, e incluso creciente desde mercados asiáticos y árabes. Como escribió el ecologista Patrick Curry: “La destrucción ecológica y el maltrato de los animales están integrados en las estructuras de la economía global moderna. Combatirlos exige enfrentarse cara a cara con todo su horror y reconocerlos por lo que son”.

Nosotros, como consumidores, tenemos el poder de oponernos a esta crueldad desmedida. No nos dejemos engañar por el lavado verde de la industria: no existe la cría de salmón “sostenible” o “humanitaria”. La opción más eficaz es no consumir salmón.

Con las abundantes opciones vegetales disponibles, podemos disfrutar de comidas deliciosas y nutritivas sin financiar el maltrato animal. Los salmones son criaturas sensibles que merecen vivir libres de tormento y sufrimiento. Conociendo la verdad que se esconde detrás de esta industria, vale la pena preguntarnos: ¿merece la pena el coste en agonía que supone saborear fugazmente su carne?

El camino está claro: es hora de boicotear la cría del salmón y todos sus productos. Al hacerlo, retiramos nuestro apoyo financiero y dejamos claro que no toleraremos una crueldad animal y un desprecio por los ecosistemas marinos tan flagrantes. La vida de los peces depende de ello, y nuestra propia humanidad así lo exige.

Héctor Pizarro, Sociedad Vegana